lunes, 31 de mayo de 2010

Apuntes para una crítica del rock en latinoamérica

Cuando se me pasa el entusiasmo y la confianza que me lleva a escribir cosas como la que sigue, siempre me da vergüenza haberlas escrito. Bastante bochorno me causa también publicarlas. Si lo hago será porque, en el fondo, me parece que si son malos mis ensayos (ensayos de ensayos) eso no quita que puedan ser un aporte útil. Por lo menos para que alguien se convenza de como NO hay que pensar las cosas!

M.M.



I

A la hora de producir una “reseña” de un disco, conviene proferir profusamente numerosos adjetivos con tono profesionalístico, según nos han enseñado esos estúpidos escribientes, que trabajan para tipos que se dedican a vender papelitos abrochados, llamativamente ilustrados, donde se entrevista, se reseña, se promociona, pero poco se piensa la producción de artistas con conciencias más o menos copadas por la ideología de sus patrones.

En tales panfletos, proliferan con abundancia las “reseñas”: un texto más o menos corto que “brinda información” acerca de una mercancía. Esa mercancía puede ser un libro, puede ser un disco, puede ser una película. La reseña puede llevar 3 ridículas estrellitas en su parte superior: la crítica de rock mide el valor de la manifestación artística acerca de la cual construye un discurso, como el almacenero que mide el precio de sus jamones. Le dan los mayoristas el jamón a Don Tito, y Don Tito procede a exhibirlo en su heladera. De la misma manera actúan los “críticos de rock”: sus mayoristas son las discográficas, las editoriales, las productoras de eventos. Como género literario, las reseñas no se diferencian demasiado de las líneas que se colocan al costado de la foto de un producto en los folletos que promocionan las ofertas del supermercado.

Es un problema al que muchos ya han hecho referencia, incluso algunos periodistas de rock. Por ejemplo: Bob Dylan señalaba en una entrevista a Rolling Stone que al rock le faltaba una crítica, hace un tiempo en un blog unos rockeros-marxistas-punkirchneristas afirmaban que lo mismo necesitaba el rock local y salvaban solo algún aporte de Pablo Schanton.

Ahora bien: ¿se justifica realmente (más allá de lo obvio) la razón por la cual nos da tanta bronca el trabajo de esos pobres cagatintas? Sí y no ¿No será que estamos quejándonos al pedo, pidiéndole peras al olmo? No y sí. Digamos: que a los vendedores de discos lo único que les importa es que las “reseñas” sirvan para vender discos, es una obviedad que no merece el menor escándalo (¡nada merece el menor escándalo!) ni provoca sorpresa alguna. Que el discurso que nuestros queridos cagatintas construyen, sea acerca de una manifestación estética que nos representa (que nos alegra, que nos serviría del todo si se la arrancáramos de las manos a quienes la explotan) y pueda ser considerado como el discurso dominante acerca de esa manifestación, sí merece de nuestra parte una protesta.

Ahora bien, una vez que el rockero ya agitó y puteó un poco, conviene que desenchufe el cable del parlante y medite con calma por unos momentos: ¿no será que si nos la agarramos con ese discurso es porque le prestamos más atención de la que merece? Ciertamente, sí. ¿No será que por prestarle tanta atención nos olvidamos de lo objetivo, es decir: que hay una manifestación artística que ese discurso no ha llegado a representar, con lo cual no vale la pena disputarle el que sería su “objeto de estudio”, si estudiaran algo? Lapa repepupuestapa espe sipi.

Ahora que lo objetivo se nos ha revelado, pongámonos a trabajar. ¿Cómo lograr construir un discurso que lleve a cabo la noble tarea intelectual de representar el funcionamiento y la significación de la manifestación artística que nos ocupa?

Nada surge de la nada, y siempre hay alguien que la pensó primero. Hay que averiguar quiénes ya han encarado esa tarea. Como ya vimos, no son los “periodistas de rock”.

Para leer el ensayo completo, hacer click acá.